No muy lejos, allá por el siglo pasado, estábamos “destinadas” a ser súbditas de un sistema que no contemplaba nuestros derechos como ciudadanas y a la vez, nos condenaba, una y otra vez, a la privación de nuestras propias libertades. Qué paradoja.

“Las mujeres, en la casa”
Fueron varias las generaciones que dejaron bien en claro que teníamos que ser serviles a los hombres, a las familias, al ámbito doméstico y a los deseos de los otros, de aquellos que creyeron, durante décadas, que ni siquiera nuestras decisiones eran importantes.
Aún hoy, y en varios aspectos de la sociedad actual, seguimos asociadas pura y exclusivamente a un poder que nos atribuyeron por el solo hecho de ser madres, o profesionales, o esposas, o simplemente, por tener un género distinto al que domina la mayoría de los ámbitos del poder del mundo.
Ya las “tareas de la casa” son y deben ser compartidas, lo doméstico se transformó en una responsabilidad de ambos sexos y de a poco -y con muchas luchas de por medio- se empezaron a valorar nuestros ideales, nuestras capacidades, nuestro compromiso con la justicia y con la necesidad de lograr la igualdad de derechos. Aunque todavía queda una gran porción de masculinidad que no nos acepta o, aún peor, no quiere que integremos esos espacios de “poder”, desarrollo y progreso.

Las mujeres en la política también han alcanzado, durante la última década, un protagonismo importante a la hora de tomar decisiones y mejor aún, de ser escuchadas, tenidas en cuenta e incorporadas en un sistema que por años y años solo estaba “regido” por hombres, basado en sus decisiones y en sus formas de concebir los poderes del Estado.
Hoy somos juezas, profesionales, vicepresidentas, candidatas, intendentas, maestras, jefas de empresas, líderes de proyectos nacionales e internacionales; ocupamos cargos de jerarquía y aun así, nos sublima la necesidad de continuar con una lucha que parece no tener fin.
Mujeres sin violencia
El primer grito de “Ni una Menos”, allá por 2015, nos puso en un lugar combativo para con la violencia de género que sufrimos a diario en absolutamente todos los ámbitos a los que pertenecemos. Desde ese entonces, cada 3 de junio se conmemora la primera marcha multitudinaria realizada en nuestro país y que nació a raíz del femicidio de Chiara Páez, una adolescente de 14 años embarazada que fue asesinada por su pareja en ese entonces.
En lo que va del año, las cifras aterran, conmueven y perturban. De acuerdo a los datos aportados por el Observatorio Nacional MuMaLá, un hombre mató a una mujer cada 21 horas y claro está que no podemos seguir calladas. El 13% de las víctimas fatales ya había denunciado a su agresor. Todas, contaban con una orden de restricción de contacto o perimetral y una de cada cuatro tenía además botón antipánico. ¿Qué más vamos a seguir esperando?
Queremos salir a la calle y volver sanas y salvas a nuestras casas.
Queremos poder ir a trabajar y que no nos juzguen y nos pongan en un lugar de “sumisas” que no nos merecemos. Queremos pensarnos como un cúmulo de oportunidades y proyecciones, de desarrollo y progreso personal y profesional.
Hoy es 8 de marzo y las calles van a estar, en todo el mundo, repletas de mujeres. Somos muchas, somos todas: somos las que fuimos víctimas, las que acompañamos, las que apoyamos, las que protegemos, las que marchamos, las que reclamamos lo justo y lo que nos corresponde porque cuidamos con amor y dedicación a nuestros hijos y se nos exige mucho más de lo que podemos dar. Pero estamos unidas al grito de “8 M”.
Donde todo empieza
A pesar de que con el paso de los años hemos logrado visibilizar la lucha para que reconozcan nuestros derechos tan solo por el hecho de ser mujeres y no por eso menos que el género masculino que en general, se agazapa frente a cualquier intento de revelación o progreso, estoy convencida de que las mujeres sabemos que todo empieza desde casa.
Demostrándole a nuestros hijos que hoy, las mujeres, no solo integramos el sistema para “servir”. También somos capaces de criar en soledad, frente a los mil obstáculos que se nos presenten y a las exigencias que nos transfieran solo por el hecho de no ser hombres. Que podemos levantarnos temprano, llevar los hijos al colegio, ir a trabajar, ganar nuestro dinero y a la vez, mejorar día a día como profesionales, como emprendedoras, o como lo que queramos ser.
Que tenemos deseos, sueños, proyectos y que nos animamos a ir por más. A no sentirnos menos que nadie y a respetar nuestros gustos y nuestros sentires.
Porque de eso se trata: de saber decir que no. Y criar desde ese espacio. Educando desde la libertad, enseñando a nuestros niños a poner límites y a no sentirse avasallados por un sistema que a veces traspasa los límites de la perversión. Cuánto temor le tienen a las mujeres que sí se animan y cuánto respeto le tienen a las que no se callan. Ese es el camino: inculcarle a nuestros hijos, y sobre todo a nuestras hijas, que las nuevas generaciones tienen un poder que nosotras tuvimos que ganárnoslo con mucho esfuerzo.
Hoy somos distintas
Hoy, 8 de marzo, reivindiquemos el lugar que nos hemos ganado: somos capaces de crear y criar vida en nuestro cuerpo, eso es lo que nos distingue, aunque para muchas esa no sea una decisión y es más que respetable. Y respetamos cada una de las elecciones que nos satisfagan, que nos hagan felices, que nos acerquen, lo máximo posible, a la plenitud.
Nuestra voz ya no es voz, es un grito. Y hoy se va a escuchar en cada rincón del mundo. Ya no nos callamos más, ya no queremos callarnos, y si una de nosotras lo hace por miedo o por terror, que la otra la incite, la acompañe, la incentive a ir más allá de lo impuesto.
Las mujeres hoy tenemos voz y voto. Queremos vivir una vida libre de violencias en todos los aspectos y de igualdad de oportunidades y derechos. Podemos o no ser madres. Podemos o no ser esposas. Podemos o no ser profesionales. Pero debemos, sea como sea, ser escuchadas, respetadas y tenidas en cuenta.
Hoy, más que nunca, animate a salir a la calle. Y si no lo haces, al menos sabe que hay otras que desde el espacio público te representan y emprenden una lucha que es de todas y para todas.