En Muchachas por Necradio 98.3, Mauricio Villarreal (53) contó cómo, sin cobrar honorarios y con recursos propios, levantó una comunidad de arqueras y arqueros que hoy entrena donde se pueda: “Nunca lo hice por dinero. Lo hago por gusto, por ayudar. Nos bancamos nosotros: rifas, laburo… la última compra fueron 15 pelotas, casi medio millón de pesos, y las pagamos nosotros”. Su “escuela” nació en una plazoleta y se volvió referencia: “No se puede improvisar. Primero hay que enseñar a caer y a cuidarse. Estudio, hago cursos, llevo botiquín y tensiómetro; tengo más conos y pelotas que varios clubes… y cuando hace falta, una heladerita con agua”. Junto a Elu Sotuyo y Melissa
Villarreal no vive del deporte (“Tengo otro trabajo”), pero organiza su semana en torno al arco: “Hago funcional lunes, miércoles y viernes; martes y jueves voy con los arqueros; los viernes entreno con las infantiles de Defensores de Puerto Quequén; el finde juego amateur. Estoy esperando que llegue la hora de entrenar: me duele todo hasta que arranco; después no me duele más nada. Es la cabeza la que manda”. El espíritu es comunitario: “Somos arqueros de distintos equipos. He hecho entradas en calor a rivales en la misma cancha. Eso nos define: respeto y compañerismo. Corregir puede cualquiera; formar lleva tiempo y es lo más lindo”.
Entre las voces del grupo, Elu —arquera trans del medio local— resumió por qué se quedó: “Aprendí todo acá. No sabía ni patear una pelota. Me corrigen con respeto, me acompañan a la cancha; si a alguien le falta algo, aparece un par de botines o unos guantes. Ya no tengo miedo: si sale mal, no me caigo, acompaño al equipo y sigo”. También habló de lo que cuesta el puesto: “A veces duele que te responsabilicen por el resultado. Yo me paro para que no me hagan goles; si pasa, no me derrumbo y voy de nuevo”.

Melisa Quiroga, que empezó a atajar hace poco más de un año, vive el proceso con obsesión sana: “Me quedo una semana repasando la jugada que no resolví bien. Llego a la plazoleta y le digo a Mauri: ‘esto no me puede volver a pasar’. Me encantan los partidos difíciles porque te obligan a mostrar todo lo que entrenás. Hoy me sumé a Mataderos para entrenar, aprender; cuando llegue la chance de jugar, voy a estar lista”. Villarreal la respalda: “Lo de Mel es constancia. A todos les pido humildad y autocrítica. Ser arquero es el puesto menos gratificante: si te hacen cuatro, la culpa es del arquero. Por eso insisto: no quedarse en el gol; hay que seguir en partido”.

El método es simple y exigente a la vez: “Les digo: nadie patea hasta que corresponde; y me hacen caso. El más avanzado corrige al nuevo, y así todos mejoran”, explica Mauri. La logística también es casera y creativa: “Como no tenemos arco, entre columna y columna armo uno con elásticos. Entrenamos en parque, playa, canchas prestadas. Cuando hay luz, practicamos saques largos. Si alguien no tiene elementos, los conseguimos o los arreglamos”. La pertenencia se ve y se siente: camisetas, bandera, pretemporadas propias y una rueda que no deja a nadie afuera. “Aprendemos escuchando —dice—. Si un arquero con experiencia baja a la plazoleta a dar una mano, todos ganan. Y ojalá alguna de las chicas siga como formadora; el día que yo no esté, esto no puede terminar”.
La escena se cierra con una definición que atraviesa a todos: “A mí el fútbol me mueve —admite Mauri—. Formar a quien no sabe y verlo crecer es lo que me hace volver cada día”. Elu asiente: “Acá siempre me trataron bien. Por eso me quedé”. Y Melisa completa: “Entrenar, aprender y estar. Lo demás llega”.