En diálogo con NEC Radio 98.3, la ingeniera agrónoma y profesora Rosa Sarríes pidió “devolverle la memoria técnica e histórica” al Parque Miguel Lillo y recordó que su origen no fue ornamental: “El parque nació como una respuesta científica a un problema de suelo: la arena voladora. Por eso se llamó Vivero Dunícola y Estación Forestal; la palabra dunícola no es un detalle, explica su razón de ser”.
Sarría propuso mirar “las huellas” que aún hablan del pasado reciente. “En 89 y 8 queda un guardaganado: es un testigo silencioso de cuando todo era rural y el ganado no debía pasar. Y en 10 y 91, en el pequeño mástil con basamento de piedra, todavía puede leerse ‘Provincia de Buenos Aires – Vivero Dunícola’. Ese mojón nos recuerda que el proyecto nació con jurisdicción provincial, a pedido del municipio, para fijar médanos y permitir que la ciudad creciera hacia la costa”, señaló.
La especialista diferenció con precisión: “Forestar es plantar árboles; fijar es usar especies y técnicas específicas para estabilizar la duna, generar humus y materia orgánica —el pegamento del suelo— y así proteger la playa y la trama urbana. El corazón de esa protección es la duna frontal: si se interrumpe su ciclo natural de arena que ‘va y viene’, chau playa”.

Sarríes trazó, además, una línea de tiempo que, a su juicio, explica los desvíos actuales. “En 1946 la Provincia expropia a los Díaz Vélez —a precio de mercado, no fue donación— y en 1948 se crea el Vivero Dunícola y Estación Forestal. En 1953 pasa a llamarse Eva Perón. En 1955 la Revolución Libertadora borra ese nombre y también borra ‘dunícola’ y ‘estación forestal’: desde entonces quedamos con Parque Miguel Lillo. Luego, durante el proceso del ’76, se lo municipaliza como simple ‘espacio verde’. Esa pérdida de nombre y de concepto vació su sentido y abrió la puerta a miradas meramente inmobiliarias”, advirtió.
Con ejemplos locales, volvió sobre el vínculo parque–costa: “Donde el ciclo natural se corta, aparece la erosión. Barrio Médanos lo grafica. No es casual que haya diferencias marcadas entre zonas con barranca y la playa suave: el relieve submarino y la fijación de dunas explican lo que vemos en superficie”.
Sarría pidió señalética y recorridos guiados que cuenten esta historia “con lenguaje claro y evidencia a la vista”. “Necesitamos carteles, hitos y relatos que despierten la memoria del Vivero Dunícola. Sin ese piso común, discutimos el parque como si fuera una arboleda cualquiera, y no lo es”, dijo. Y remató: “La ciencia no es neutral: el Parque Lillo es una decisión política y técnica que nos dio playa y ciudad. Si lo olvidamos, perdemos el recurso que nos sostiene”.
La ingeniera participó de la charla “El Parque Miguel Lillo como espacio de disputa”, que se desarrolló en la Biblioteca del Colegio Nacional, con la participación también de Julián Lozano Flores, con un abordaje sobre tucutucos y la fauna del sistema de dunas.